Durante una operación quirúrgica realizada el 2010, este facultativo vivió una aterradora experiencia cercana a la muerte.
Lunes 14 octubre 2019
Foto: Internet
El doctor Rajiv Parti, a principios de este milenio, era el exitoso jefe de anestesiología en el Bakersfield Heart Hospital de California, ganaba 60 mil dólares mensuales, tenía una gran mansión y conducía un Mercedes Benz último modelo. Su éxito profesional, sin embargo, no se condecía con su calidad humana, pues era un hombre arrogante, egoísta y manipulador, taras que desaparecerían gracias a una increíble y sobrenatural experiencia cercana a la muerte (ECM) que, según el mismo médico, cambió su vida “para siempre”.
Según relató el doctor Rajiv Parti, quien nació y creció en la India para luego emigrar a los Estados Unidos después de terminar sus estudios de Medicina, tras casarse por conveniencia y ser contratado en el Bakersfield Heart Hospital de California, entró en una espiral de materialismo y egoísmo. “Era un hombre saludable, pero también era un chico malo. Me casé con una mujer a la que sólo había visto una vez. Mi objetivo después de casarme era lograr el sueño americano y lo logré. Mi religión se convirtió en materialismo extremo y mi Dios se convirtió en el todopoderoso dólar. Manejaba un Mercedes Benz y un Hummer, con los que me gustaba hacer sentir inferiores a los otros automovilistas. Tenía una gran casa de 10 mil pies cuadrados que tenía un campo de golf y un lago. Y usaba iPhones para comunicarme con mis tres hijos”.
Una tarde de verano del año 2008, mientras el doctor Rajiv Parti (de 51 años por aquel entonces) y su esposa tomaban té en el patio trasero de su gran mansión en Bakersfield, sonó el teléfono. Era su urólogo, quien le dio pésimas noticias: sufría de cáncer de próstata. Tras someterse a una operación para eliminar las células cancerosas, el doctor Rajiv Parti quedó con varias complicaciones: impotencia, incontinencia y un dolor crónico e insoportable. Se volvió adicto a los analgésicos, sufrió una gran depresión y como no podía controlar sus funciones corporales, los cirujanos le implantaron un esfínter urinario artificial.
Dos años más tarde, su salud se tornó crítica. En menos de 48 horas, toda su área pélvica se volvió roja e hinchada debido a la presencia de una sepsis galopante, lo que le produjo una gran fiebre. Fue internado de emergencia en el Centro Médico de la UCLA, donde los médicos le administraron antibióticos para la infección y morfina para el dolor. A la mañana siguiente, el día de Navidad de 2010, el personal médico lo sometió a una cirugía de emergencia. Se le administró una anestesia general, pero 15 minutos después, cuando le insertaron un catéter para drenar su vejiga urinaria, el dolor fue tan intenso que cayó en la inconsciencia, mientras sus signos vitales parecieron apagarse para siempre.
El doctor Rajiv Parti relataría que en ese momento se vio flotando sobre la mesa de operaciones y observó claramente a los cirujanos abriendo su cuerpo. El olor era bastante desagradable, y para contrarrestarlo, se dio cuenta de que las enfermeras aplicaban agua con aroma a eucalipto a sus máscaras quirúrgicas. También escuchó claramente las conversaciones entre el personal médico e incluso una broma contada por el anestesiólogo.
Casi simultáneamente, el doctor Parti escuchó una conversación entre su madre y su hermana, que en ese mismo momento se encontraban en la India, a miles de kilómetros de distancia. Las dos mujeres estaban discutiendo qué preparar para la cena esa noche: arroz, verduras, yogurt y legumbres. Las vio sentadas frente a un pequeño calentador eléctrico y se percató cómo estaban vestidas: su madre usaba un sari (el vestido tradicional indio) verde, mientras que su hermana estaba ataviada con un suéter azul y unos jeans del mismo color.
De repente, todo aquello se desvaneció y el doctor Rajiv Parti se encontró en un abominable lugar donde reinaba la pena, los lamentos y el llanto. “Me gustaría decir que mi conciencia fue a un lugar sereno y feliz, pero no. Me vi en un lugar oscuro donde parecía que se estaba desatando un gran incendio. Los relámpagos centelleaban en nubes negras, y había horribles entidades con dientes torcidos y cuernos que corrían alrededor. Estaba en un reino infernal. Escuché gritos de dolor y angustia. Fui arrastrado, como en un pavimento en movimiento, hacia el borde de un cañón en llamas. El humo llenó mis fosas nasales, y con él el repugnante olor a carne quemada. Entonces supe que estaba en el borde del infierno. Traté de alejarme de aquellas almas ardientes, pero escuché una voz que dijo que se me castigaba por llevar una vida materialista”.
El especialista médico agregó que en ese espantoso y luctuoso inframundo “me di cuenta de todos mis pecados. No Había sido una buena persona y tampoco fui amable con mis pacientes. Cuando conocía a alguien, siempre me preguntaba: ‘¿Qué puedo obtener de esta persona?’. Era egoísta, manipulador, superficial, vacuo y especialmente duro con aquellos que percibía que tenían un estatus social o profesional más bajo. En ese momento me percaté de cuántas personas había usado y lastimado. Recordé a una paciente, una mujer de 75 años con artritis que quería hablar conmigo; quería consuelo, un pequeño toque en el hombro, porque su esposo se estaba muriendo de cáncer. Pero yo en vez de ayudarla y consolarla, saqué y le dí una receta para que saliera de la habitación. En ese reino infernal, lo sentía profundamente y deseé haber hecho las cosas de manera diferente. Me arrepentí y rogué en mi corazón que se me diera otra oportunidad”.
El doctor agregó que “entonces apareció mi padre, que ya había fallecido, y me condujo a una especie de túnel. Al cruzar el túnel, el infierno oscuro fue reemplazado por una especie de luz de mil soles que no lastimaban los ojos. Entendí que era una luz buena, divina, que era puro amor, y que se me estaba dando una segunda oportunidad para regresar y cambiar mi vida completamente”.
En ese momento, el doctor Rajiv Parti volvió a la conciencia y despertó en la sala de recuperación del hospital de la UCLA. “Quería arrodillarme de agradecimiento. Cuando vino el anestesiólogo le repetí el chiste que le había oído contarle a la enfermera cuando me estaban operando. Quedó muy consternado y me dijo ‘qué extraño que me haya oído. Debo haberle aplicado muy poca anestesia’. Más tarde me contacté con mi madre y mi hermana en la India y les conté que también las había visto a ellas. Y ellas me confirmaron todo lo que vi, cuando estaban discutiendo qué comida preparar alrededor del calentador eléctrico; mi madre me ratificó que esa noche de Navidad se había puesto un sari verde mientras que mi hermana se había puesto un suéter y jeans azules, tal como ya las vi en mi experiencia”.
Consciente de que había vivido una experiencia cercana a la muerte, el doctor Rajiv Parti relató que “a partir de entonces todo cambió. Cuando un amigo cirujano plástico vino a visitarme y me felicitó por mi casa, se la vendí y compré su casa, que era más humilde y pequeña. Cambié mi Mercedes y Hummer por un Toyota Camry. También, lo más importante, cambió mi propia naturaleza. Me convertí en una mejor persona, un marido más atento, un padre más devoto y un mejor médico. Renuncié a mi trabajo de anestesiología de $ 60,000 al mes para ayudar a las personas con adicción, depresión y dolor crónico. Me convertí en un sanador del alma”.
El doctor Rajiv Parti, de actuales 62 años y quien escribió un emotivo y revelador libro llamado “Muriendo para despertar” (“Dying to Wake up”, en inglés) donde relató su extraordinario viaje al Más Allá, agregó que después de su experiencia cercana a la muerte comprendió varias cosas: que sí existía vida después de la muerte, que todos los seres humanos estamos conectados y que existe una entidad suprema y amorosa.
“Comprendí que para sanar, también debemos perdonar. Mi padre era muy estricto y solía golpearme cuando era pequeño, porque él creía que así se inculcaba la disciplina. Lo odié durante mucho tiempo, pero al final, él fue el que vino a rescatarme cuando estaba en el reino infernal y me guió hacia el túnel. Pero lo más difícil para mí fue perdonarme a mí mismo, porque durante gran parte de mi vida fui una persona detestable. Ahora, cada vez que puedo, cuento mi historia. Todos los días trato de ayudar a alguien y de vivir una vida de compasión. Cuando era jefe de anestesiología mi trabajo era dormir a la gente. Ahora, los despierto”.
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